Llevábamos tiempo mandándonos mensajes y hacía tiempo que habíamos cambiado las indirectas por las guarradas más duras, pero lo de vernos era algo nuevo.
La reconocería sin duda. Vamos, por la cara o por cualquier parte del cuerpo.
Eh... ¿Es ella? ¡Con la mascarilla no es tan fácil! Pero sí que es, y también me ha reconocido.
‒¡Hola, María!
‒¡Hola! Qué guapo vienes.
‒Tú más. Bonito vestido.
‒¿Qué tomas?
Empezamos a charlar tomando cervezas pero había algo que no me encajaba. Pensaba que tomaríamos una y con prisas, con ganas de ir corriendo a un hotel a desnudarnos, pero ella no demostraba ningún deseo, y yo me sentía descolocado, así que tampoco estaba cómodo en el rol de seductor. Al final me resigné y me decidí a pasarlo bien con la charla. Era una persona muy interesante. La agradable conversación sobre cómo limitar el capitalismo no me la quitaba nadie, aunque me quedara con las ganas de follar.
‒Hora de irse‒. dijo al rato. Nos pusimos las mascarillas.
Llegó el momento de despedirse. Con el covid se borró la costumbre de darse dos besos, y eso hacía estos momentos más incómodos. No sabe uno si decirse adiós sólo de palabra o hacer algún gesto que pueda quedar ridículo.
‒Bueno, pues ya nos hablamos por Whats...
‒¿Adónde vas? ‒Dijo poniendo la mano en mi entrepierna, que reaccionó rápidamente.
‒Adonde tú me digas.
Aquí vendría una descripción de su piso, pero en realidad no sé cómo era. Fue todo muy deprisa, incluso desde antes de cerrar la puerta.
Como había tomado ella la delantera pensé que le gustaría que le diera la vuelta a la situación.
La empujé con suavidad pero con decisión, la puse con la espalda en la pared, y puso una gran sonrisa traviesa. ¡Premio!
La sujeté firmemente y acerqué mi cara a olerle el pelo, el cuello, el hombro, todo sin rozarla y sin soltarla. El pecho mostraba una respiración muy fuerte y había cerrado los ojos.
Comencé a besarle el cuello dulcemente, muy despacio, y a los pocos segundos metí la mano bajo el vestido, en sus bragas. Siempre seguía esa combinación de dulce y directo.
Roce el borde de sus labios por fuera, adivinando el calor y la humedad que había al otro lado. Me aparté para ver bien su cara al deslizar el dedo entre ellos. La humedad demostraba sus ansias, y el clítoris no era algo que buscar, se hacía notar por sí mismo.
No abrió los ojos, jadeaba dejándose hacer. Lo estuve acariciando un momento con aparente éxito, pero decidí arrodillarme, bajar las bragas al suelo, y comérselo, follándola a la vez con los dedos.
Con el orgasmo casi se cae. La verdad es que no sé si habría sido gracioso.
‒Qué gusto, cabrón, casi me matas. ¿Quieres tomar algo?
Qué guapa, la hija de puta. Esa boca quedaría preciosa alrededor de mi rabo, pensé. Me moría de ganas. Estaba sentado, apurando el vaso de agua cuando se quitó las bragas de nuevo.
En esta situación os parecerá lo más normal del mundo que se quitara las bragas, pero yo a punto estuve de atragantarme. Para mí fue como estar sobre las vías viendo venir el tren.
El vestido era corto pero no se le veía nada. Yo estaba sentado y me ordenó poner las manos a la espalda.
‒Si quitas las manos de ahí paramos y te vas a tu casa.
Me pareció que lo decía en serio. No me la pensaba jugar.
Yo estaba en una silla, y ella se puso sobre mi de frente, abierta de piernas. Me dio un beso en los labios y se quitó el vestido por encima de la cabeza. Las tetas eran preciosas. Se adivinaban los pezones a través del sujetador, pero en cualquier caso se lo quitó al instante. Me abalancé con la boca sobre ellas, sin mover las manos.
Ella no tenía cara de estarlo disfrutando exactamente. Estaba seria, concentrada en jugar conmigo.
Se bajó para quitarme los pantalones y sacarme la polla, y se volvió a subir. Por fin, pensé, pero no. No se la metió. Empezó a frotarse el clítoris contra ella. Joder, qué bien y qué mal, a la vez. Intenté moverme para metérsela y me dio un pequeño bofetón.
‒No.
Y tanto que no, no se me pasó por la cabeza llevarle la contraria. Era una agonía deliciosa. Necesitaba metérsela pero también me daba mucho placer su clítoris frotándose contra mi glande. Estaba claro que ella se iba a correr y eso me calentó muchísimo.
Mi corrida no pudo ser más bestia, nos manchamos hasta la cara, los dos, y todo le caía por las tetas. Me lamió la leche de cara con gesto lascivo. Joder, me acababa de correr y ya estaba otra vez a mil, con ese gesto.
Se metió al baño y abrió el grifo de la ducha. Yo entendí que lo dábamos por terminado y yo estaba muy caliente así que me empecé a hacer una paja. Entendí que había confianza, en una situación así.
No me enteré de cuándo abrió la puerta, pero ahí estaba mirándome, con el pelo mojado y una toalla en el cuerpo. No dijo nada y yo seguí a lo mío. Mirándola a los ojos. Me daba mucho morbo que mirase cómo me pajeaba yo.
Se quitó la toalla y se sentó abierta de piernas y empezó a tocarse también. Era hipnótico verlo, tan rítmico, rutinario, y a la vez sensual. Esta vez fui yo el que me corrí primero, y ella se corrió al verme a mí. Me dio mucha rabia perderme sus gestos por haber cerrado los ojos.
Tenemos que repetirlo.
Carlos no era mi tipo, para qué engañarnos, pero tampoco era cuestión de encasillarse. No me invitó a cenar, no quiero verlo de ese modo. Yo no había comido nada desde el desayuno, se lo dije y pidió unas pizzas, pero habíamos quedado para lo que habíamos quedado. Nada de comerse la cabeza, basta ya. Lo que había que comerse era otra cosa.
Tengo una vida sexual activa y variada, un polvo más es como otra página en la agenda, pasa y ya está, no le suelo dar demasiada importancia, pero llevaba toda la semana recordando ese polvo y estaba un poco nerviosa por repetirlo.
¿Repetirlo? A ver, María, no seas sosa, no puedes caer en la rutina al segundo polvo. Los polvos no se repiten. Cada polvo es único. Es el mismo tío pero es un nuevo día y un nuevo polvo. Además, en el momento no lo pensé, pero al final con tanto jueguecito no me metió la polla ni una vez, y sí, llevo toda la semana con ganas de sentirla dentro. Noto un vacío donde debería haber una polla. Espero que cuando la tenga se me pase la tontería.
–Hola María, bienvenida.
–Bienhallado, Carlos. Hola. –Sonrisa de gilipollas no, tía, no.
–Acaba de llegar la pizza, ven.
Qué asco de sensación me da ser la invitada, joder. Esperando a ver qué saca, qué hace o qué dice el anfitrión. Es el que lleva la sartén por el mango. Si tuviera energías me saltaría la comida y le violaría, pero no puedo con mi alma después de trabajar diez horas sin comer nada.
Comí con ansias pero enseguida me tuve que frenar, tampoco era plan necesitar una siesta, ni mucho menos vomitar follando. Ya era suficiente, a tomar por culo el protocolo. Quería pasar por encima de la mesa y comérmelo a él, pero caerme no habría sido nada sexy.
–Carlos, deja la pizza y ven, ponte esta goma.
Nos desvestimos de la forma más rápida, cada uno a sí mismo. Lo senté en una silla y me senté encima, pero bien, con la polla donde tiene que ir según me enseñaron en clase de biología, rellenándome de carne. Creo que Don Anselmo no usó esa frase exactamente. Pues no sé por qué no, habría hecho la clase mucho más interesante.
Agarrada al respaldo subí los pies a los bordes del asiento, en cuclillas sobre él, sentado. Así tenía poco control del ángulo pero mucho movimiento en profundidad. Me estaba destrozando yo sola a pollazos. Dios cómo lo necesitaba.
También necesitaba que me embistieran, así que me bajé y me recliné sobre otra silla libre. Y a esperar la cornada. No tardó. Me agarró fuerte de las caderas y me tuve que sujetar muy fuerte para no irnos al suelo. Me encanta así, bombeándome el coño, salvaje, descontrolado. Me estaba haciendo daño, pero daño del que gusta sentir todavía al día siguiente, el eco de su polla destrozándome.
Se ve que él también se quedó con las ganas de metérmela el otro día, aunque aquel polvo fue increíble igualmente. Lo de pillarle pajeándose me puso a mil. Me estoy poniendo todavía más cachonda ahora al recordarlo. Joder, como me roce el aire en el clítoris me corro.
El aire no, se corrió él primero y con la polla todavía dentro estiró la mano hasta mi clítoris y me hizo la paja más corta de mi vida, me corrí como en cinco segundos. No paró mientras me corría y me acarició el cuerpo con la otra mano. Qué gusto, joder.
Le quité la goma y corrí a besar aquella polla mágica que había cumplido mis deseos. No la chupaba por darle gusto a él, ¿cómo se llamaba este chico?, sino por pura devoción al propio rabo.
–Carlos, me gusta mucho tu amiga. A ver si te la traes de vez en cuando.
No éramos novios, está claro, pero un poco de romanticismo no le hace daño a nadie. Esta vez compré vino y puse música. Ella me había comentado sus gustos en ese sentido y de hecho me había dado una idea brillante, pero ese día puse soul, que me parece muy sexy.
–Te voy a matar. Descubriéndome este vino me has creado una nueva necesidad.
Sonreí como única respuesta.
–Te tengo que enseñar una canción.
Me estiré a coger el móvil y sin querer tiré las entradas. ¡Las entradas! Las volví a colocar donde estaban, disimuladamente. Y seguimos disfrutando de la velada.
–Pues yo quiero ya el postre.
–Pero si no hemos comido nada, sólo hemos bebido.
–No te hagas el imbécil y ponte un condón.
–A la orden, jefa.
Al volver me esperaba desnuda, tumbada boca arriba en la mesa, con el culo en el borde y las piernas hacia arriba cerradas, pero las abrió con una sonrisa traviesa según me acercaba.
–Ven, ven, es por aquí.
Lo dijo señalándose al coño. Obedecí con muchísimo gusto, literalmente.
La estaba follando y le metí dos dedos en la boca para que me los chupara, y con ellos mojados le pellizqué un pezón. El de la sonrisa traviesa esta vez fui yo, antes de escupirle en el clítoris y empezar a sobárselo con la otra mano. Un dedo a cada lado y frotando con la fuerza justa. Se retorció de placer, y empezó a pellizcarse ella el pezón que le quedaba libre.
Subió las piernas a mis hombros y empezó a chuparse otra vez dos dedos. Para darme morbo, pensé, porque ya la estaba tocando yo, pero me sorprendió gratamente ver cómo se follaba el culo con ellos. Me pareció super cerdo, superíntimo, esa confianza de darse placer a su manera de ese modo. Me excitó muchísimo y me corrí enseguida, entre embestidas y tocamientos varios, intentando no perder el ritmo, pero no tuve que aguantar nada, se corrió también al instante.
–Madre mía, qué gozada, me has puesto a mil.
–Joder, he disfrutado como una perra. Me ha encantado cómo me tocabas. Y lo de escupirme en el coño ha tenido su gracia también.
Me sentía genial. Me sentía un seductor, o un semental. Tenía que seguir con mi plan, ya estaba todo listo, caería. Eso quería creer. En una semana sabría la respuesta.
El cabrón no me llamó. No lo entiendo. Carlos tenía dos entradas para el musical que yo le dije que me encantaba, con fecha para el sábado pasado, me las intentó ocultar y el cabrón no me llamó. ¿Qué coño pasó? No entiendo una mierda. ¿Se arrepintió? ¿Ya no le gusto? No le puedo decir nada porque se supone que no vi las entradas, yo qué sé. Igual era una sorpresa pero le pasó algo y me la vuelve a preparar en otra fecha, pero me jode no entender qué pasa. Intentaré olvidarme y ya se verá.
Estábamos otra vez en su casa. Supongo que era un sitio agradable pero yo no me podía relajar en ese momento, ni disimular mi malestar, así que sólo se me ocurrió follar. Follar ocuparía mi mente con otros pensamientos, y me relajaría. Además a eso había venido, así era nuestra relación.
Me quité la ropa furiosa y él hizo lo mismo entre expectante y asustado. Le hice tumbarse en el suelo y me puse de rodillas con el coño a escasos centímetros de su cara. Trató de lamerme y le empujé la cabeza contra el suelo.
–Saca la lengua.
Me froté el coño con ella, sujetando su cabeza firmemente, me di mucho gusto utilizándole.
Después cabalgué su polla. Yo estaba como loca. Seguía rabiosa pero en ese momento no recordaba por qué, sólo quería desahogarme, y el polvo me estaba sentando estupendamente.
Él se corrió y entonces me tumbé yo boca arriba y me quedé quieta esperando mi turno. Al minuto me estaba dando lametones y metiéndome los dedos. Sabía comerlo bien el cabrón, yo ya no pensaba ni sentía otra cosa que placer. Tuve el mejor orgasmo en meses, o desde no sé cuándo.
Y ya sabemos que después del sexo muchas veces se sueltan las lenguas.
–Carlos, vi las entradas del musical que te dije que yo quería ir, para el sábado pasado. Pensé que eran una sorpresa pero luego no me llamaste, y me siento confusa y molesta…
–Perdona, María. Es que…
–¿Fuiste sin mí?
–En realidad no fui. Me gusta una compañera de trabajo, Cristina, y se me ocurrió invitarla, pero como ella no sabe que me gusta, y no quería exponerme mucho, le dije que las entradas me las habían regalado. Le mentí, las había comprado. Bueno, el caso es que me dijo que tenía planes ese día. Y tampoco pareció muy interesada en quedar otro día ni nada.
–Ah, que te gusta una tal Cristina, ya. Bueno, dije “molesta” porque no lo sabía pero a mí no me importa, claro, tú y yo sólo follamos. Yo también salgo con más gente. Bueno, estoy cansada y mañana madrugo, me voy a ir yendo a casa.
Me voy a ir yendo a casa con esta preciosa empuñadura de oro blanco y amatistas asomando bajo el omóplato derecho. A ver, que es verdad que sólo follamos, pero me siento así, por lo que sea. Mierda, mierda, mierda. Otra vez, no, María, retrasada. Otra vez no.
Había visto a Cristina todos los días en el trabajo, como siempre, pero ahora cada vez que la veía es como si un fantasma me diese un puñetazo y cayese al suelo de cara a María. No sabía qué pensaba ella pero podía intuir qué sentía. ¿O tal vez no? En el fondo no, pero en la superficie claramente sí: celos. Sólo los celos podían explicar aquella reacción. ¿Pero de qué o por qué? ¿Qué quiere María? Habíamos quedado en una terraza, como la primera vez.
‒Carlos, te voy a ser sincera. Sí que estoy celosa, lo reconozco. ¿Y sabes qué son los celos? Son miedo a perder lo que tienes. ¿Y qué tengo contigo? Pues eso. Yo no quiero más que lo que tenemos, pero tampoco quiero perderlo.
‒Lo comprendo.
‒Y si te echas novia lo perderé.
‒Sí, sí, lo comprendo. Yo también valoro mucho lo que tenemos. Es sólo que siento mi vida incompleta. El cuerpo me pide tener pareja, pero también me dolería perder lo que tenemos, claro.
Me sentía bien de que pusiéramos las cartas boca arriba. Era un gran signo de confianza e intimidad.
‒¿Crees que Cristina es la mujer de tu vida?
‒No lo sé… No.
‒¿Entonces?
‒Me llamó la atención.
‒Y como te sientes incompleto te pareció que una pieza incorrecta quizá también podría tapar un agujero, de alguna manera.
‒Quizá sí.
‒Eso lo comprendería en un momento de desesperación. No ha llegado el momento de caer tan bajo todavía.
‒¿Llegará? Jaja, vaya, gracias.
‒No, no creo. Era una forma de hablar.
Nos quedamos unos segundos en silencio.
‒Pero Cristina me llama mucho la atención.
‒Es normal. Por suerte tengo el antídoto, vamos a mi casa.
Antes de abrir su puerta se sacó del bolsillo una bolsa de tela negra.
‒Ponte la capucha si aceptas el reto.
‒Hemos venido a jugar.
Me la puse y ya no pude ver nada. Oí cómo abría la puerta. No me moví por miedo a tropezar, esperé hasta que volvió con algo que puso alrededor de mi cuello.
‒Ponte a cuatro patas.
‒¿En el descansillo?
‒Ahora mismo entramos en casa, obedece.
Me puso a cuatro patas y me paseó como un perro hacia el interior, a ciegas, tirando de la correa. Cerró tras de mí, con llave, entiendo que para darle dramatismo. Yo estaba absolutamente entusiasmado con la aventura.
‒Vamos.
Tiró de la correa, creo que me llevó hasta el dormitorio.
‒Sube a la cama, la tienes delante.
Subí a tientas y creo que ató la correa al cabecero, porque quedó un poco tirante todo el rato. Me quitó el pantalón y el calzoncillo, esto pintaba bien. Oí un cajón y un tintineo metálico. Tal vez no pintaba tan bien.
‒Brazos y piernas abiertos.
Me esposó a la cama.
‒¿Hola? ¿¡Hola!?
Ni sentí nada ni oí nada durante varios minutos. Me estaba preocupando. Pero entonces lo noté, algo me tocó en la pierna. Me rozó.
‒¿Hola? ¿Qué pasa?
No hubo respuesta pero comenzó a sonar música. Era soul, y sonaba muy bien. No era demasiado volumen pero el suficiente para amortiguar un poco los sonidos. Aunque tampoco había oído nada hasta entonces.
Volví a notar ese roce suave, primero en un brazo, luego en el pecho. Claramente era la lengua. Creo. Me gustaba sentirme a su merced. Era una pequeña aventura.
Entonces me empezó a pasar un hielo por el cuerpo, por la pierna, por la ingle, por el torso… Me lo dejó quieto en un pezón, se me iba congelando poco a poco, y notaba cómo escurrían gotas de agua por mi costado. Las lamió, y se metió el pezón en la boca. Lo tenía insensible pero se iba calentando. Me dio escalofríos, el contraste, mientras el hielo seguía viajando. Era muy placentero y escalofriante a la vez.
‒¿María?
¿Por qué no me contestaba? Se me heló la sangre cuando se me ocurrió que tal vez… ¿Y si no era ella? ¿Y si había invitado a otra persona a jugar conmigo?
‒¿María, eres tú? No me jodas…
Sin respuesta. Pero tenía que ser una broma. Seguro que no me contestaba para crearme esa duda, como juego. Pero el caso es que no podía estar seguro, no tenía forma de soltarme ni de destaparme los ojos. Estaba a merced de María o de quien fuese que estaba en la habitación.
Decidí someterme a sus deseos, los de quien fuese, casi seguro que María. ¿Para qué intentar rebelarme contra no sé qué por una duda estúpida que me había surgido? Intentaría aprovechar el momento. Daño no me iban a hacer, ¿no?
El hielo se quedó parado en mis huevos, y me los cubría enteros, no era solamente un cubito. Era muy molesto. Entonces se los metió enteros en la boca. Uf, me gustó muchísimo. Y el hielo empezó a subir y bajar por mi polla, y se alternaba con la lengua. Estaba empalmadisimo, muy excitado. Entonces ella se subió encima y se metió la polla. Parecía un coño, mira, al menos tenía coño quien fuese. María, seguramente. Empezó a moverse despacio, sacando y metiendo la polla entera cada vez. Bastante despacio. Puso el hielo junto a su coño de forma que mi polla al entrar y salir se frotaba con él, helándola, mojándola, empapándome, despacio pero sin perder el ritmo.
Entonces noté otra cosa. Ese olor no estaba antes. Perfume. Pero no era el de María. ¿¡Cristina!? No, no podía ser. ¿Verdad?
No, no. Estaba jugando conmigo la cabrona de María. Qué hija de puta maquiavélica. Pero qué bien me estaba follando la hija de puta. Y me halagó la jodida planificación. Había preparado un perfume diferente al suyo para pulverizarlo en mitad de un polvo. Hay que ser retorcido para preparar algo así, pero qué bien me estaba follando, en cuerpo y mente.
Se la sacó, echó las rodillas más adelante y se la metió por el culo, creo. Me estaba matando de excitación y de gusto la hija de puta. Nunca le había follado el culo hasta entonces. ¿Y si me había traído a una prostituta? Que no, que tenía que ser María.
La follada de culo en esa postura me estaba encantando. Se movía adelante y atrás frotando el pubis con mi cuerpo. Lástima no poder meterle los dedos en el coño.
Tuve un orgasmo bestial y creo que una corrida enorme, me palpitaba la polla y me imaginaba su culo rebosante de leche.
Me taparon con una sábana y pasaron varios minutos mientras la música seguía sonando y yo no tenía más noticias. Me propuse relajarme, no tenía otra cosa que hacer.
Al rato María me quitó la capucha. Estaba completamente vestida y maquillada. Me desató también.
‒Buenos días, dormilón. Querrás ducharte. Voy a preparar algo de comer.
‒Pero qué hija de puta, eres. Me encanta.
No podía parar de sonreír mientras me seguía rondando la pequeña duda de si tal vez no había sido ella sola todo el rato, que seguro que sí…
Le dije por WhatsApp de quedar. Fui a su casa.
Sonrió al verme pero en esa sonrisa noté algo diferente, pero no sabía qué era. Luego estuvo bastante serio pero no como enfadado, más bien como distraído o preocupado.
‒¿Estás bien? Te noto raro.
‒Sólo estoy un poco cansado, eso es todo. Llevo un día un poco raro.
‒Si no te apetece lo podemos dejar para otro día, no me importa.
‒No, qué va, ven aquí.
Me quito la camiseta y me comió las tetas. Me encendí enseguida, y él también. Me dio la vuelta y me puso a cuatro patas, me bajó a la vez pantalón y bragas y me la metió de golpe. Me folló muy duro, me estaba volviendo loca, pero seguía todo el rato igual y así no me iba a correr.
‒¿Cambiamos de postura?
‒Mejor no.
Siguió aún más fuerte.
‒¿Me tocas?
‒Ahora no, espera.
Estaba aún más raro que antes. Brusco. Él no era así, algo pasaba. Me estaba empezando a comer la cabeza pero me dije que una polla, que yo me iba a correr por todo lo alto como que me llamo María.
Apoyé la cabeza y un brazo en el colchón para liberar una mano y empecé a frotarme el clítoris con ganas mientras me follaba. Me centré en las sensaciones físicas, me abandoné al placer sin más, con los ojos cerrados, sólo sintiendo la polla y mi mano, no existía nada más. Y entonces me corrí muy fuerte. Un enorme escalofrío me recorrió el cuerpo. Creo que grité pero no estoy segura.
Cuando abrí los ojos él estaba fuera, más seco que antes incluso. Me fui enseguida, intrigada y molesta.
Hasta el otro día pensaba que si estabas enfadado con alguien para follar había que reconciliarse antes, pero resulta que no es así, que sí se puede follar enfadado. Puta mentirosa. La había llamado para quedar y me dijo que no le apetecía hacer nada más que ver la tele y roncar, que estaba agotada, pero yo salí a cenar fuera y la encontré sentada a una mesa con un tío, riendo con él como si fuese el club ese de los cómicos.
Que por mi como si se folla a toda la liga de fútbol, pero no sé por qué me tiene que mentir. No me entra en la cabeza. Si lo nuestro es lo que es. Yo también estoy en apps de ligar y quedo con quien quiero pero no le miento, a ella nunca. Era lo bueno de esta relación, relación sexual, no tener que fingir ni esconder nada. Hay lo que hay, blanco y el botella, pero lo tuvo que joder mintiendo.
Después de aquello habíamos quedado y habíamos follado. Al parecer ella no me había visto a mí, y yo no saqué el tema. Follamos en mi casa y se fue. Supongo que para ella soy una polla y ya. Vale que lo nuestro era sólo sexo pero, joder, lo primero respeto. Es lo mínimo. Y a nuestra manera estábamos muy unidos.
‒Hola.
‒Hola, Carlos.
‒¿Tú te consideras una tía sincera?
Se me escapó, no tenía pensado decirte nada ahora, y menos así.
‒No sé a qué viene eso. A ti no te he mentido nunca pero en general también soy bastante sincera, sí. ¿Qué pasa?
‒¿Nunca me has mentido?
‒Nunca, que yo recuerde, y no se me ocurre un motivo para hacerlo. En serio, ¿Qué pasa?
‒No pasa nada. No me encuentro bien. Creo que me voy a ir a casa.
‒¿Estás enfermo? ¿Es por lo que decías de la sinceridad? Venga, suelta lo que sea y lo hablamos, y ya está.
‒No, es que me duele la cabeza, me voy a casa.
‒No sé qué te pasa pero ahora estás mintiendo tú. No quieres follar pues dilo.
‒No quiero follar.
‒Perfecto, pero no entiendo por qué quedamos para follar, me preguntas si soy mentirosa y de pronto te quieres ir. Follar no es obligatorio pero quedar tampoco lo era. Mira, llámame cuando quieras explicarme qué te pasa o cuando se te pase la idiotez que sea.
‒¿Me estás llamando idiota?
‒No te estaba llamando nada pero ahora que lo dices te estás comportando como un gilipollas.
‒En serio, me duele la cabeza y me quiero meter en la cama.
Mentí.
‒Pues te llevo a casa en coche.
La verdad es que me aparecía tanto coger los buses nocturnos como una patada en los huevos así que a pesar del cabreo que tenía me dejé cuidar.
‒Espera, toma.
Al aparcar me puso a prueba. Llevaba vestido, y todavía sentada al volante se bajó las bragas.
Caí en la trampa. La empecé a masturbar con la mano. Se me fue toda la sangre a la polla y estaba un poco mareado de verdad.
‒Eres una puta manipuladora.
‒Tú eres un puto retrasado, pero ahora sé bueno y dame mi orgasmo.
‒Hija de puta.
‒Malnacido.
‒En serio, me da asco tocarte, mentirosa de mierda.
‒Luego lo hablamos, ahora estoy muy cachonda.
‒Yo más. Te odio pero te quiero bañar en lefa.
‒No me manches el coche, la leche me la trago yo.
‒Hija de puta, cómo me pones.
Nos pajeamos el uno al otro con el coche aparcado en la calle, frente a mi casa.
‒Ufff. Esto mola.
‒Mola sí.
‒Hola, María.
‒Hola, Carlos.
Él me miraba triste pero tranquilo, no como el día anterior. ¿Podré enterarme por fin de qué le pica? Habíamos quedado en su casa. En realidad le dije que tenía que pasar por allí cerca, aunque no era cierto, y funcionó, me invitó.
‒María, mira, ayer… Bueno, lo pasé muy bien, ya sabes, pero antes te llamé mentirosa…
‒Escucha, hoy no tenía que pasar por aquí, eso me lo he inventado, pero yo no soy ninguna mentirosa...
‒No, no es eso. Eso no tiene importancia.
‒Vale, ¿pues qué te pasa?
Seguro que era una idiotez o un malentendido, pero la incertidumbre era muy molesta.
‒Siento haberle dado importancia a esta tontería, y siento haberme comportado como un gilipollas.
‒Ah, lo reconoces.
Mierda, lo dije demasiado seria. Soy experta en cagarla cuando me pongo nerviosa.
‒Sí, bueno. El caso es que el otro día me dijiste que no querías salir y luego te vi con un chico en un restaurante.
‒Eso es imposible, porque de ser así habrías tenido la buena educación de saludarme.
Carcajada.
‒Qué cabrona. Bueno, en serio. Que te pillé mintiéndome en eso, tú no ibas a salir y en realidad tenías otra cita, y a mí no me tienes por qué contar nada pero no me mientas, joder.
‒Que no te miento. No te he mentido nunca. Ese día no quería salir, pero pasaba por aquí un amigo que vive lejos y me sacó de casa. Todo surgió después de haber hablado contigo, pero eso no es mentir.
‒No, claro. Se me metió en la cabeza que mentías y no pensé…
‒Pues no pienses, venga, que no es lo tuyo.
Nueva carcajada. Me descojonaba metiéndome con él.
‒Venga, fóllame.
FIN